Formo parte del ejército donde eran 1500 hombres, de los que sólo 600 contaban con armas de fuego. Ella se presentó ante Belgrano para pedir permiso para atender a los heridos de las primeras líneas de combate. Ante la negativa de Belgrano de que ella formara parte del ejercito, ella se filtró entre las líneas de retaguardia y llegó al centro de la conflagración, donde asistió y alentó a los soldados. Entonces, Belgrano cambió de opinión y la nombró capitana. Cayó presa de los realistas en Ayohúma y fue sometida a nueve días de azotes públicos. Pero escapó, y volvió a sumarse al ejército. Tiempo más tarde, mendigaba alrededor de la plaza de mayo, donde mostraba a los transeúntes sus cicatrices que se había hecho cuando peleaba por la patria.
   Algunos le daban limosna y todos pensaban que estaba loca. Un frío agosto de 1827, pasaba por esa misma plaza el general José Viamonte, héroe de la Independencia,
y La Capitana extendió su mano para pedir limosna. Viamonte se detuvo sorprendido: la cara de la mujer le resultaba familiar. Le preguntó su nombre. Ella se lo dijo. Luego de un silencio, Viamonte exclamó: "¡Pero si es la madre de la Patria!" Así la llamaban los soldados que atendía en el campo de batalla.
   Cuando Viamonte la reconoció, quiso ayudarla, y como diputado de la Junta de Representantes presentó un proyecto para que se le otorgara una pensión en reconocimiento por los servicios prestados. Se generó un debate en el que otros diputados pedían pruebas. Tomás de Anchorena, que había sido secretario del general Belgrano, se hallaba en el recinto y apoyó lo propuesto por Viamonte. Finalmente, no sólo se le otorgó la pensión sino que además decidieron encargar una biografía de Remedios y un monumento. Nunca le dieron la pensión, ni se escribió su biografía ni se alzó su monumento. Murió en la miseria.