La productividad de los suelos a través de los años de uso, suele bajar de manera importante asociada a la reducción del porcentaje de materia orgánica, producto del laboreo excesivo del suelo.
Al arar el suelo, se produce una modificación de su atmósfera interior al ingresar O2 de la atmósfera externa, que aumenta los procesos oxidativos de la materia orgánica y libera CO2 (gas de efecto invernadero) a la atmósfera. Esa pérdida de materia orgánica libera una gran cantidad de nutrientes, lo que aumenta la fertilidad inmediata del suelo.
Por otro lado, se produce una disminución de la densidad aparente y de la resistencia a la penetración de la capa arable.
Estos dos procesos explican que el arado de los suelos permite mayores producciones que la siembra directa en el corto plazo. No obstante, si el proceso se repite en años sucesivos, la materia orgánica disponible para descomponer disminuye considerablemente, y con ella también disminuye la producción vegetal.
Además, la materia orgánica tiene un papel muy importante en la estructura del suelo, con lo que su disminución provoca pérdida de la misma, con sus consecuencias de pérdida de la permeabilidad y del aireamiento, y aumento de la erosión del suelo.
Drástica reducción de la erosión y degradación del suelo
Mayor contenido de agua en el suelo
Mayor oportunidad de siembra, cosecha y pastoreo
Posibilidad de utilizar suelos con alto riesgo de erosión y áreas de desperdicios bajo Labranza Convencional
Menor consumo de combustibles y energía
El control de malezas depende del uso de herbicidas
Menor disponibilidad de nitrógeno en el suelo
Menor temperatura de suelo
Compactación del suelo
Mayor probabilidad de ocurrencia de fototoxicidad, enfermedades y plagas