17 de Noviembre de 2011

El éxito que acompañaba a los primeros "taxis-colectivos" (es necesario aclarar que utilizamos la palabra "éxito" con un sentido relativo, ya que la recaudación de los choferes, teniendo en cuenta lo que ganaban antes creció, pero seguía siendo escasa y solo alcanzaba para vivir dignamente) produjo las primeras envidias. Lo cierto es que la solidaridad y el sentido de compañerismo que reinaba entre los taximetreros dejó paso a las miradas celosas, el comentario malintencionado y las acciones más malintencionadas todavía. Los principales argumentos del resentimiento eran que la innovación sólo traería como resultado que se trabajará más, que se rompan las unidades por exceso de peso y que no todos tenían una garganta privilegiada para gritar a diestra y siniestra la tarifa (sin esa condición en esta época no se podía ser un buen colectivero). De tal manera, si algún flamante "transportista por el servicio de auto colectivo" tenía la mala suerte de padecer un percance callejero, o por ejemplo pinchaba una goma lo más seguro era que el taxista que pasaba a su lado carcajeara de lo lindo e incluso deslizara alguna palabrita amable recordatoria de la familia del infortunado. Como se ve, lo que se ganaba en dinero se perdía en amistad. Pero esto no es patrimonio de ninguna época ni sociedad en especial, como todos sabemos. Además y como era lógico, la aparición de este nuevo medio de transporte generó preocupación en las empresas ferroviarias y tranviarias, la "Anglo Argentina" a la cabeza. Las presiones fueron de todo tipo y si no fuera porque en esos dos primeros años el gobierno amparó la iniciativa, el colectivo no habría pasado de una experiencia aislada.