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El Coloso, el oxidado gigante peronista que sostiene a Evita a orillas del Riachuelo.
Como un municipio en trance, Avellaneda recupera su antiguo fulgor industrial y late en construcciones como la UNDAV (Universidad Nacional de Avellaneda), con estudiantes que en un 90% son primera generación universitaria. Para celebrar y proteger los logros, la comuna apostó a un grandote.
Chimeneas industriales, galpones y techos de chapa. El gris del hormigón que sólo se interrumpe con los colores de algún grafiti callejero. Un perro rengo pasea por la calle sin autos y le ladra a un señor que pasa en una bicicleta medio destartalada. El olor de las aguas contaminadas completa la escena. Allí, sobre la orilla sur del Riachuelo, entre el viejo y el nuevo Puente Pueyrredón, se erige el Coloso de Avellaneda . Tan solitario, tan imponente, tan oxidado.
Conocido también como El Descamisado de Avellaneda, es una de las obras más grandes del escultor Alejandro Marmo y está inspirada en un diseño del pintor Daniel Santoro. Se trata de un homenaje a los trabajadores que, aquel histórico 17 de octubre de 1945, decidieron ir hasta la Plaza de Mayo para manifestarse por la libertad de Juan Domingo Perón. Pero, como los puentes del Riachuelo se habían elevado, decidieron cruzar en balsa o, incluso, nadando.
"(...) Lo que más me interesa con toda mi obra es testimoniar la cultura del trabajo. Mi arte emerge desde los talleres y creo que Avellaneda es un importante vórtice metalúrgico", cuenta Marmo.
Y agrega: "Al mismo tiempo, quería darle visibilidad a la problemática del Riachuelo. Que una obra de esta dimensión esté a orillas de un río mutilado, maltratado, pero con un peso histórico importantísimo, me parecía interesante. El Riachuelo es un corazón con pulmotor que hay que resucitar".
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Un Iron Man peronista.
Con 15 metros de altura y más de 10 toneladas, el Coloso de Avellaneda es un gigante de hierro, de formas toscas, casi geométricas, que mira hacia la Ciudad de Buenos Aires y lleva en sus manos una caja, un cuadro (¿o una urna?) con la figura de Evita, de quien este marres de cumplen 100 años de su nacimiento. En una de sus piernas, tiene inscriptas cuatro fechas: 17 de octubre de 1945, 19 y 20 de diciembre de 2001, Cordobazo 1969 y Pan, Paz y Trabajo 1982, en referencia a las huelgas obreras durante la dictadura militar.
Su realización llevó cerca de seis meses de trabajo y, según recuerda Marmo, lo más complicado del proceso fue su traslado.
"Se llevó desarmada, en partes, fue como llevar de paseo a King Kong", asegura.
La obra fue inaugurada en mayo de 2013, en el marco del 94° aniversario del nacimiento de Evita, en un acto donde estuvo presente el por entonces jefe de Gabinete Juan Manuel Abal Medina y el intendente, Jorge Farraresi.
"Me gusta como quedó. Antes, toda esa zona estaba abandonada. Cuando la arenera cerró, no se podía ni caminar por ahí. Ahora por lo menos hay pasto, está más cuidado y quedó mejor a la vista", asegura Claudio, mientras prepara tortillas a la parrilla en la bajada del Puente Pueyrredón.
Carina Vlajovich, también vecina de Avellaneda, coincide en que con la instalación del Coloso se ganó un espacio de encuentro en el barrio. "Yo formo parte de la comparsa Idilé. Hace cinco años, cada domingo ensayamos al lado del Coloso. Pasamos ahí las tardes, haciendo música y bailando con nuestra familia -cuenta-. Sentimos una conexión especial con el monumento. Al igual que el candombe, es una representación de lucha, de rebeldía, ligada a un acto de resistencia".
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De las fábricas al Papa Francisco.
Para la realización del Coloso de Avellaneda, Marmo trabajó durante meses con 20 obreros del colectivo Arte en las Fábricas. Se trata de un programa cultural que nació en la década del 90, de la mano del artista, en pleno auge de las fábricas recuperadas. "Yo era un chico de barrio, no tenía trabajo, vivía en Tres de Febrero y por el laburo de mi viejo, empiezo a conocer historias de obreros que se quedaban sin trabajo y que luchaban para que esas fábricas no cerraran. Así, conocí a decenas de héroes anónimos que me emocionaban con sus historias", recuerda.
Se le ocurrió, entonces, que podía trabajar a la par de estos obreros y, recuperando los desechos metalúrgicos de las fábricas, comenzó a hacer esculturas: desde una abeja realizada con las esquirlas de la explosión de Río Tercero, hasta un Cristo obrero en el Vaticano, encargado por el Papa Francisco.
"Me conmueve el tipo que no llega a pagar la tarjeta, que está angustiado, que hace esfuerzo para darle de comer a sus hijos. Trato de conectarme con esa vibración", concluye.
Artículo original de La Nación escrito por Laura Blanco.