CONTACTO

ELEFANTE BLANCO

Por Juan Carlos Fontana (Publicado en el diario PERFIL)

Fiel a un estilo que le permitió ir definiendo su identidad cinematográfica, con filmes como Mundo grúa, El Bonaerense o Carancho, Pablo Trapero concreta con su séptimo largo, una historia que ubica a sus personajes al borde de un cambio precipitado.

Elefante Blanco muestra a un director comprometido con su cine y también con su entorno, además de demostrar que el vapuleado cine argentino todavía puede ser del mejor calibre, si se explora su costado más profesional y se ahonda en la búsqueda de una calidad narrativa, obviando una clara preocupación de estos tiempos: las banderas ideológicas. La película de Trapero es impactante y polémica, porque es descarnadamente humana y muestra las contradicciones de un segmento de la población, que responde a la cruda realidad de América latina, esa que se quiere y se prefiere invisibilizar.

Trapero habla de los desclasados, de los desesperanzados, de aquellos que viven en una villa miseria, teniendo como fondo un edificio monstruoso, que se iba a convertir en el gran hospital de Sudamérica, por convicción de Alfredo Palacios, a fines de los 30, que luego retomó Perón, pero que no pudo terminar la obra. Esa escenografía, en la que viven decenas de personas, es el decorado que Trapero redescubre para contar esta historia y hacer un homenaje a los curas tercermundistas, entre ellos, lógicamente, el asesinado Padre Mugica.

En Elefante Blanco coinciden dos curas tercermundistas, de dos generaciones, y una asistente social, ellos son los que dan la cara y ponen el cuerpo para ayudar a que los excluidos que viven en Villa Virgen, así se llama el lugar en la ficción, recuperen su dignidad. En el medio se mezcla la burocracia, el desaliento, las cocinas de la droga y sus grupos enfrentados. Intensa, violenta, con una magnífica fotografía de Guillermo Nieto y meritorias actuaciones de Darín, Gusmán y Renier. Es un film que es necesario ver.

NO TE ENAMORES DE MÍ

Por Mariana Dolina (Publicado en el diario CLARÍN)

En su ópera prima, el guionista y director Federico Finkielstain propone un retrato generacional que describe un estado de angustia e insatisfacción generalizado, pero también una búsqueda por trascender los miedos y apostar por el cambio.

Este drama sobre las historias de vida de varios veinteañeros y treintañeros de clase media (y media-alta) está construido con una estructura coral que remite a ciertos parámetros impuestos desde hace tiempo por el cine independiente norteamericano. El film apuesta por una gran diversidad de historias y miradas e intenta aprovechar -en términos artísticos y de marketing- el aporte de varios intérpretes reconocidos. Lo mejor de No te enamores... es la crudeza con que se presentan los conflictos sexuales y las contradicciones afectivas de los múltiples personajes. Finkielstain es muy franco y directo en la exposición de las sensaciones íntimas de sus criaturas, seres frustrados por lo que tienen y, por lo tanto, tentados a vivir nuevas experiencias como vías de escape.

El gran problema de la película no tiene que ver con la idea conceptual ni con el aporte del elenco sino con las limitaciones de un guión que plantea y resuelve de manera bastante obvia las distintas subtramas y, sobre todo, de la puesta en escena. Finkielstain no consigue dotar a la narración de la agilidad que requiere un relato que salta de historia en historia, de personaje en personaje, y -así- el interés se resiente y la tensión se diluye.

Sin profundidad en la descripción psicológica, sin fluidez en la narración, con escenas de sexo pobremente filmadas y una solemnidad sólo matizada por unas pocas irrupciones de humor, No te enamores de mí intenta -con logros parciales- definir a los jóvenes de hoy, con sus problemas de identidad, de comunicación, con su falta de compromiso y, muchas veces, de rumbo. La idea original, esta vez, es más interesante que el resultado final.