Nota del Diario Página 12, del Sábado 29 de Marzo de 2008

Poesías, vindicadores y ajos
Por Osvaldo Bayer

Los tira y afloja del presente pasarán sin pena ni gloria como en el pasado. Pero donde hubo ética y responsabilidad humana, eso queda a través del tiempo.
Me han tocado unos días de comprobación y de alegría al ver que los principios siguen vigentes a pesar de desapariciones, picanas, fabulaciones mediáticas, Ratzingers, Vargas Llosas y Grondonas (los dos). Etc. Etc. Por los siglos de los siglos, pero no tanto. Sí, estos últimos días asistí a hechos que tal vez nunca me los hubiera imaginado diez años antes. Por ejemplo, en Mendoza inauguramos en la Radio Libertador el salón de conferencias con el nombre de Paco Urondo, el poeta, el luchador, que prefirió la muerte antes de que lo “desaparecieran”. Un luchador, que si se hubiera portado bien, habría tenido los privilegios de un intelectual borgeano o sabatino. Pero no, él no habría vivido tranquilo en una sociedad con niños bajo el nivel de nutrición, juventud sin trabajo y familias sin techo o revolviendo basura. De Mendoza fui a Luján, donde hablé en el salón Dardo Dorronsoro, el poeta y herrero –¡qué dos oficios!– desaparecido en los años del oprobio argentino. Dardo Dorronsoro, el que escribió: “Yo he visto chicos grises como la tierra comiendo tierra. Yo los he visto ahí, con sus andrajos y su mugre, reptando, y los he tocado, acariciado su piel y convertido en ángeles, en mariposas, en viento de setiembre”. Y que se definió así poco antes de ser “desaparecido” por los militares argentinos: “Soy un poeta que ama a los que no tienen amor ni pan, a los que se van sin haber llegado, a los que a veces sonríen, a los que a veces sueñan, a los que a veces les crece un fusil en las manos y salen a morir por la vida. En suma: he sido, soy y seré un poeta revolucionario. Sobre mi tumba verán florecer un puño”.

Y justo en el salón Dardo Dorronsoro de la Universidad presentamos el libro Hermano, Paco Urondo, escrito por su hermana, Beatriz Urondo, y su sobrino nieto Germán Amato. En ese libro está todo Paco: sus versos, sus fotos, su espíritu que va creciendo página a página. Recuerdo su muerte. En la biblioteca del Instituto Iberoamericano de Berlín, durante el exilio, recibimos la noticia. Llegó ese día Manuel Puig, el escritor que escribía de la misma forma como habría plantado flores y begonias. Manuel Puig, que al enterarse de la triste nueva lloró prolongadamente sobre mi hombro.

Sí, y así siguió la semana con la memoria que va creciendo día a día. En la Biblioteca Nacional presentamos el libro de Eudeba Biblioclastas, sobre la destrucción del libro, editoriales y bibliotecas populares durante la dictadura de la infamia de Videla, Massera, Agosti... En el acto leí el escrito del almirante Massera, donde la estupidez y la soberbia se igualan en dimensiones inimaginables de prepotencia e ignorancia. Textual, escritas para el diario La Opinión de los militares, el 26.11.77: “Hacia fines del siglo XIX, Marx publicó tres tomos de El Capital y puso en duda la intangibilidad de la propiedad privada. A principios del siglo XX, es atacada la sagrada esfera íntima del ser humano por Freud, en su libro La interpretación de los sueños y como si fuera poco, para problematizar el sistema de los valores positivos de la sociedad, Einstein, en 1905, hace conocer la Teoría de la Relatividad, donde pone en crisis la estructura estática y muerta de la materia”. Es decir, contra Marx, Freud y Einstein, “Dios, Patria y Hogar”, lema bajo el cual se quemaron los libros. El nuevo libro de Eudeba finaliza con la obra teatral Biblioclastas de Jorge Gómez y María Victoria Ramos, genial diálogo entre dos quemadores de libros oficiales. La maldad, la estupidez, la ignorancia, en su forma más realista. Mientras se queman libros se grita el gol del seleccionado. Argentina, Argentina.

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