Amo los inicios

Louis Kahn

Amo lo inicios. Los inicios me llenan de maravilla. Yo creo que el inicio es lo que garantiza la prosecución. Si esta no tiene lugar, nada podría ni querría existir. Tengo un gran respeto por la instrucción porque es una inspiración fundamental. No es sólo una cuestión de deber, es innata a nosotros. La voluntad de aprender, el deseo de aprender, es una de las mayores inspiraciones. No me emociona en igual medida la educación. Aprender está bien; pero la educación es algo que siempre está en discusión porque ningún sistema consigue captar jamás el verdadero significado de aprender.

En mi personal búsqueda de los inicios, un pensamiento —generado por muchas influencias— se me hacía presente recurrentemente, en cuanto me daba cuenta de que la materia es luz consumida. Emerger de la luz me pareció comparable a la aparición de dos hermanos, aún sabiendo muy bien que no existen dos hermanos y ni tan siquiera Uno. Pero vi que uno es la personificación del deseo ser-expresar, y uno (no se puede decir “el otro”) equivale a ser-ser. El segundo es no luminoso, mientras que el Uno (prevalente) es luminoso, y esta fuente luminosa prevalente puede ser imaginada como una llama que danza salvajemente y que poco a poco se aplaca y se consume en la materia. La materia —creo yo— es luz consumida. Las montañas, la tierra, los ríos, el aire y nosotros mismos, somos todos luz consumida. Éste es el centro de nuestros deseos. El deseo de ser-expresar es la auténtica motivación de la vida. No creo que haya otras.

Silencio, luz y movimiento: Sus umbrales

Empecé por trazar un esquema, llamando al deseo ser-expresar silencio; al otro, luz. Y el movimiento, del silencio a la luz, de la luz al silencio, tiene muchos umbrales: muchos, muchísimos umbrales; y cada umbral es efectivamente una individualidad. Cada uno de nosotros posee un umbral en el que se sitúa el encuentro entre luz y silencio. Y este umbral, este punto de encuentro, es el nivel (o momento mágico) de las inspiraciones. La inspiración está allí donde el deseo ser-expresar encuentra lo posible. Es la creación de las presencias.

Aquí esta también el santuario del arte, el centro de las exigencias expresivas y de los medios de expresión. En un primer momento, había trazado el esquema para que se leyera de izquierda a derecha; y helo aquí en una escritura especular (para confundir las ideas y evocar una fuente más grande que el esquema mismo), para no ponerles delante nada que sea del todo verdaderamente legible; de esta manera, ustedes pueden incluso esforzarse en hallar algo que vaya mas allá de esta realización. Una vez más sigo buscando una fuente de inicio. Sé que es parte de mi carácter querer descubrir los inicios. Amo la historia inglesa; tengo muchos libros que tratan de ella pero nunca leo más que el primer volumen, y de éste sólo los tres o cuatro primeros capítulos. Y, naturalmente, mi única y auténtica finalidad sería leer el volumen 0 (cero), ¿comprenden?, el que aún no ha sido escrito. Debe ser una mente bastante rara la que impulsa a uno a buscar cosas semejantes. Diría que una imagen semejante sugiere el surgir de una mente. Nuestra primera impresión es de Belleza; no lo bello, no lo bellísimo: sólo la belleza en sí. Es el momento —podría decir el momento mágico— de la perfecta armonía. Y de este aura de belleza, inmediatamente, viene la maravilla. El sentido de la maravilla es tan importante para nosotros porque precede al conocimiento. Precede a la cultura. Cuando los astronautas iban por el espacio y la tierra parecía una bolita de cristal azul y rosa, comprendí que nada era menos importante que el conocimiento. Acaso la cultura aún era importante pero la instrucción no, de veras. Y sin embargo —y que raro resulta decirlo— París, Roma, las espléndidas obras del hombre, que vinieron todas de circunstancias contingentes, de algún modo reducen la importancia de la mente, comparadas con el sentido de maravilla que parece haber prevalecido en aquel tiempo. Sin embargo, estoy convencido de que una toccata e fuga permanece porque ha mantenido las distancias desde lo mensurable. Lo inconmensurable es lo único que ha fascinado a la mente; lo mensurable significa bien poco.

Cuando hablamos de contaminación, lo peor es ver un gracioso arroyuelo contaminado: el sentido de maravilla suscitado por el arroyuelo nos abandona. Si llegamos a un arroyuelo cuya agua aún esta limpia, sentimos algo inquietante al estar junto a un arroyo que pronto perderá todo su poder de maravilla. Ésta nunca debe abandonar nuestra mente, ni podemos aceptar sucedáneos ni nada que sea instrumental, salvo el problema en sí mismo, que debería ayudarnos a mirar juntos y a seguir maravillándonos. Para que esta ponencia valga algo, debe ser constante y no limitarse a ser una noción más.

La inspiración. Espíritu y presencia

Examinemos la inspiración a aprender. Parémonos a pensar en las otras inspiraciones; por ejemplo, he dicho que todos los urbanistas deben participar de las inspiraciones a encontrarse. Pero luego, si pensamos en la escuela, también ella es parte de la inspiración a encontrarse. Hay otra inspiración que, en cierto modo, está en discusión —prefiero decirlo así— y es la inspiración al bienestar. Y el bienestar comprende cosas como la ecología. Y sin embargo no debe considerarse un tema análogo a la ecología o a cualquier otro. Se debe ver como algo catastrófico que corrompe nuestro sentido de maravilla, nuestro instinto a encontrarnos, a aprender. Podemos ver por qué las inspiraciones originarias que rodeaban la arquitectura, apenas ésta se convirtió en algo visible, eran inclasificables, salvo como una especie de momento inspirado que luego adoptó un nombre. Pero el inicio no tenía nombre.

Tenía solo una irrefutable urgencia de ser llevado a la vida. Y hasta ese momento —y yo creo que siempre será así— no había Arquitectura: había su espíritu, pero ninguna presencia. Lo que tiene presencia es una obra de arquitectura, que, todo lo más, debe ser considerada como una ofrenda a la Arquitectura misma, aunque sólo fuera por la maravilla de su inicio. Por tanto, cuando la gente habla de la arquitectura como si estuviera en un compartimento, y del urbanismo como si estuviera en otro, mientras la planificación ‘urbana’ se halla en un tercero y la proyectación ambiental en otro más, éstas para mi son divisiones puramente mercantiles. Y me parece desastroso que alguien declare, en el membrete de de su papel de correspondencia, que se dedica a todas estas cosas. En el mercado esto constituye una notable ventaja. Pero un hombre que sienta la Arquitectura como espíritu no puede atribuirse títulos semejantes, porque lo consideraría pura disipación de sus propias y originales inspiraciones. Un arquitecto puede construir una casa y puede construir una ciudad al mismo tiempo sólo si considera a ambas como partes de una esfera maravillosa, expresiva e inspirada. De las primeras impresiones o de la primera percepción de la belleza, y de la maravilla que se deriva de ello, viene la comprensión. La comprensión nace del modo en que hemos sido hechos porque, para existir, debemos recurrir a todas las leyes del universo.

Nosotros conservamos dentro de nosotros el recuerdo de las decisiones que nos han hecho esencialmente seres humanos. Es el recuerdo psíquico y es el recuerdo físico, junto con las opciones que hemos llevado a cabo para satisfacer este deseo de ser, que, a su vez, se ha dirigido hacia lo que ahora somos. Yo creo que este inicio está presente en la hoja y en el microbio. Toda cosa viviente. La conciencia, en mi opinión, existe en todas las cosas vivientes.

La comprensión de la forma

Una vez entendido el proceso de comprensión, de aquí procede la forma. La forma no es la conformación visual. La conformación es una cuestión de diseño, mientras que la forma es la comprensión de componentes inseparables. El diseño da ser a lo que la comprensión —la forma— sugiere. También se podría decir que la forma se revela como la naturaleza de algo y que el diseño, en un determinado punto, se esfuerza por recurrir a las leyes de la naturaleza para hacerlas ser, haciendo entrar en acción a la luz. Este recurrir a la materia, que es el hacer, el hacer ser, esta creación de presencias, es el elemento que introduce lo mensurable en nuestra obra. Hasta que no entra en acción, todo es esencial y coherentemente inconmensurable. Además, cualquier cosa que se deja posee ambas cualidades. Una vez pintado un cuadro, y sólo en ese momento, podemos decir: “no me gusta el rojo”, o bien, “prefiero los lienzos pequeños”. Sólo entonces la existencia revela ser lo que el pensamiento “querría ser” o podría darnos. Y el pensamiento, a su vez, revela poseer existencia pero no presencia.

volver

Los contenidos de esta página forman parte de un Trabajo Práctico desarrolado por Alumnos de la Cátedras Díaz Cortez y Ocampo de la Carrera Diseño Gráfico de la Facultad de Arquitectura Diseño y Urbanismo Universidad de Buenos Aires.