Entrevista a Ricardo Darín
Es seguramente el rostro más popular del nuevo cine argentino, con el permiso de Ernesto Alterio, Gastón Pauls o Natalia Verbeke.



Su personaje, en parte, parece un actor. Imagina ficciones, posibles robos que podría cometer, y finalmente se involucra en uno. E incluso finge ser otra persona.
No lo había pensado desde ese ángulo. No sé si es una deformación profesional, pero como es un oficio que vengo curtiendo desde hace tanto tiempo, he perdido la distancia intelectual con el oficio. Es como cuando te encuentras con un torero y torea desde hace tanto tiempo que no sabe ubicarse desde un razonamiento intelectual. Lo único que sabe es que cuando llega y viene el toro, debe torearle. Y lo hace de forma natural. Salvando las distancias, yo tengo un poco esa misma sensación. Cada vez intelectualizo menos mi trabajo. Analizo los guiones intelectualmente, eso sí. Pero después, trato de no reflexionar demasiado sobre mi tarea específica de interpretación, más allá de las conversaciones con el director. Prefiero equivocarme y volver a repetirlo, si no sale bien. Espero no quedarme en un estado de languidez, como cuando no sabes si lo estás haciendo bien o mal, y pones el piloto automático hasta que llega esa escena en la que te viene mágicamente la iluminación. Cuando me he equivocado al inicio, siempre he encontrado rápidamente el carril que considero adecuado para el personaje.

Está la dificultad añadida de que no habla durante gran parte del metraje.
El personaje atraviesa una zona muy extensa, donde necesariamente no puede tener diálogos, porque lo único que hace es elucubrar, y tratar de ordenar los datos que le llegan. Desde cualquier punto de vista es muy valioso. Estamos acostumbrados a que las situaciones en el cine se entiendan a través de los diálogos. No es habitual que un personaje nos muestre lo que esté pensando sin utilizar ni una sola palabra. Además, utiliza como único aliado a un animal. Esto complica todavía más las cosas. Y eso que se supone que la aparición del animal pone un poco de luz en algunos aspectos sutiles, como que marca con su cabeza la dirección de una casa.

Hablando de intelectualizar el cine, creo que la película trata de hacer reflexionar al espectador. ¿Su personaje es una parábola de una sociedad donde la gente tiene miedo y se siente incapaz de actuar para solucionar sus problemas?
Estoy de acuerdo. Ya por falta de decisión o por lo que sea, la gente se siente impotente. Esto no significa que la cabeza no esté trabajando. Parece que cuesta mucho que el resto del cuerpo acate la orden cerebral de ponerse en movimiento. El máximo factor que paraliza a las personas es el miedo. Sólo los héroes pueden superar el miedo y ponerse en acción.

Andamos escasos de héroes...
No hay muchos, no. Podría ser que el comportamiento de mi personaje sea extensivo a la forma de actuar del resto de la sociedad.

 

 




¿Es consciente de que se ha convertido en el máximo embajador del cine argentino en el mundo?

Entiendo que mucha gente piense eso. Es un calificativo que aparece constantemente en los periódicos. A veces hasta yo mismo he pensado algo parecido, pero mi cerebro está completamente en movimiento, y se va modificando a medida que pasan las horas. Estoy recibiendo tanta información de lo más variado y tantas reacciones, que no puedo más que incorporar datos y recuperar el eje, el centro de mi comportamiento. Cuando me refiero a intelectualizar mi trabajo, hay una zona que prefiero dejar al margen. Cuando me califican de "embajador del cine argentino", mi opinión es que no intervengo en la mayor parte del cine argentino. Me entero como un espectador más de muchas de las películas que se hacen. Sería injusto de mi parte y soberbio quedarme con un cargo que no me corresponde.

Pero es el actor argentino más conocido en este momento.
Eso es porque he tenido la suerte de que aparecieran muchos títulos encadenados que han tenido éxito. Tampoco puedo hacerme cargo de todo lo que ocurre. Entiendo que es un poco inevitable que ahora me consideren así. Pero no me siento embajador.

Ha estado haciendo teatro durante mucho tiempo. ¿Cómo lo compagina con el cine?
Trato de hacer teatro siempre. Busco la manera de encadenar los proyectos, porque soy adicto al teatro. No puedo dejar de hacerlo. Es un ejercicio que me hace mucho bien. Es una auténtica terapia para mí. Es como el entrenamiento para los jugadores de fútbol. Me permite tener la frescura mental suficiente como para darme cuenta de si mis rivales van a llegar antes que yo al balón. El teatro te da distancia y aporta un perfil que para mí es muy importante en este oficio: hace desaparecer los intermediarios entre el actor y el público. El contacto es directo. Químicamente, es un aporte muy importante. No se parece a ninguna otra cosa. Es una relación de mente. No depende ni más ni menos que del encuentro que se produce en ese momento. No dependes de tecnologías. Esa sensación, para quienes disfrutamos del movimiento, es absolutamente necesaria.

¿Va a trabajar con el director español José Luis Cuerda?
Estamos trabajando en una película. Se trata de la adaptación de La educación de las hadas, una novela bellísima. Va a ser una oportunidad única para mí de trabajar fuera de Argentina. Creo que de momento tenemos una buena historia, así que espero que todo vaya en la buena dirección. Es una oportunidad de trabajar con un equipo totalmente nuevo. Eso es importante para mí. Difícilmente voy a conocer el nombre de nadie del equipo. No me suele pasar. Me recuerda a mis primeras experiencias en cine, cuando era un chaval de veinte años, que llegaba a un lugar donde no conocía a nadie. Hoy día no me tienen ni que presentar. Me da un poco de vértigo que me vuelva a ocurrir. Como casi todo en mi vida, me aporta un poco de inseguridad, un poco de nerviosismo, pero también de entusiasmo.

¿Le han propuesto trabajar en Hollywood?
Un par de veces me han llegado propuestas. En concreto, en una ocasión, me hicieron una propuesta clara. Pero era un guión que no me aportaba nada a mí y al que yo sentía que no tenía nada que aportar. Preferí no hacerlo.

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