Película debate: Garage Olimpo
En la plaza de la Memoria, el viernes
19 de Diciembre se proyectará la película Garage Olimpo,
luego habrá una mesa debate con el director Luis Puenzo y
sobrevivientes del Club atlético
El cine argentino arrastra, entre tantas
deudas, la de una obra que honre como Dios manda el horror acaecido
durante la última dictadura militar (1976-1983). Garage Olimpo
no es la película llamada a saldarla de una vez por todas,
y ni siquiera es completamente argentina –está fuertemente
coproducida por Italia–, pero conviene apuntar de entrada
que caló mejor, y más hondo, que cualquiera de los
films locales realizados hasta la fecha.
La película de Marco Bechis es muy
dura. Está ambientada durante los primeros años de
la dictadura, cuando los tristemente célebres grupos de tareas
eran amos y señores de las calles del país. Y salían
ametralladora en mano, vestidos de civil, a secuestrar personas
casi siempre desarmadas. Las levantaban en vilo de sus domicilios,
a los que saqueaban metiéndose en los bolsillos cualquier
cosa de valor. Las encapuchaban y las conducían a sórdidos
campos de concentración a la criolla: podía ser un
galpón, una escuela abandonada o, como en este caso, un inmenso
garage en desuso denominado Olimpo. Que existió, aunque hoy
pueda semejar el fruto de la más horrenda de las pesadillas.
El film narra la odisea de María
(Antonella Costa), una chica que ocupa parte de su tiempo en tareas
de alfabetización en las villas de emergencia. A poco de
comenzar es chupada por un grupo de tareas y da con sus huesos en
el Olimpo. La vida, allí, es objeto de una rutina infrahumana:
los soldados, siempre de civil, canalizan su vocación patriótica
en prolongadas sesiones de picana eléctrica. Hay una tabla
sobre la pared, que establece el límite de voltaje según
el peso de las víctimas: a las de 40 kilos, por ejemplo,
les pueden aplicar hasta 15 mil voltios. El film recrea muchos otros
detalles escabrosos y veraces como éste, y de allí
obtiene buena parte de su fuerza de verdad. Puede verse a los verdugos
torturar al compás de la música ligera de las emisoras
de AM, como si estuvieran practicando un hobby. O jugar al ping-pong,
como si estuvieran en un club, o dialogar con sus novias como cualquier
hijo de vecina. Esta naturalidad no sólo los convierte en
personajes creíbles; es el requisito imprescindible para
su condición monstruosa. O siniestra, por lo menos según
el modo en que la definía Sigmund Freud: aquella que combina
rasgos extraños y familiares. Esto contrasta con la mayor
parte de las producciones argentinas, que utilizaron a la dictadura
como excusa –o "telón de fondo"– para
construcciones más o menos dramáticas, siempre demagógicas,
las más de las veces actuadas con grosería rayana
en el papelón. Con el tiempo, y en medio de la locura que
supone la situación, María intimará con Félix
(Carlos Echevarría), uno de los verdugos que, casualmente,
alquilaba una habitación en casa de la madre de la chica.
El torturador la llegará a "querer" a su manera,
sin dejar de subordinarse a la barbarie imperante, con lo que el
romance cuaja dentro del esquema trágico del relato. Que
está algo desbordado de sesiones de tortura, que lo acercan
al umbral del golpe bajo, pero bien filmado en general. Y respira
un clima intenso, claustrofóbico.
Trailer
de la película
|