“Me secuestraron el 18 de noviembre de 1977, en plena dictadura. Un año antes había caído uno de mis mejores amigos, el físico Antonio Misetich. Aquel mismo día presenté mi dimisión de la CNEA. Claro, lo que tenía que haber hecho es irme del país. Me puse a trabajar de cualquier cosa. Hasta que me secuestraron. Sospechaban que andaba cerca del peronismo y podía ser montonero. La persona que me delató era la pareja de un montonero. La deducción no era difícil. Pero no sabía qué preguntarme porque ignoraban cuál era mi compro- miso. Siguieron sin saberlo.
“Me llevaron primero al Club Atlético, un campo de con- centración que hoy está demolido. Era una instalación de la Policía Federal. Después pasé por otros, hasta que me trasladaron a la ESMA, donde llegué en marzo de 1979. Estuve allí hasta agosto de 1981, fecha en la que salí en libertad. Libertad con comillas, porque aún estábamos en dictadura. Simplemente me dejaron ir a mi casa. Pero me seguían controlando.
“En aquella época, Cavallo, a quien conocí como Marcelo, aunque otros detenidos lo conocieron como Sérpico y Ricardo, era un oficial de operaciones y de Inteligencia. Es decir, intervenía en los secuestros y participaba en los interrogatorios. Además era el encargado de la pecera. Era un sector donde estaba la gente en proceso de recuperación haciendo trabajos, esencialmente resú- menes de prensa. Yo estaba en este grupo. Recibía cada mañana los ocho diarios que salían en la capital, y me ocupaba de subrayar los artículos de ciencia y técnica, en lo nacional, y de Oriente Medio y Africa, en lo interna- cional. Cada uno hacía un resumen de prensa de sus temas, que editaba en fotocopias y se distribuía entre los oficiales. En una ocasión me obligaron a reparar una picana, un generador de alta tensión de 12.000 voltios y baja corriente que era utilizado para aplicar descargas a los detenidos. Me negué, hasta que comprobé que los torturadores empezaron a usar otro aparato sin limitación de corriente, mortal.

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